8M en México, un país que se pone morado.
Quizá ninguna lucha ha puesto tanto en evidencia las contradicciones y traumas sociales como la de las feministas. Es la confluencia de distintas rutas, donde es necesario que todos nos detengamos para tomar la decisión sobre cuál camino se debe seguir.
El año pasado el morado inundó las principales ciudades mexicanas, en la concentración de colectivas feministas más grande que se haya visto en el país, donde todas sus voces se alzaron para denunciar los feminicidios, la inseguridad, la violencia de género, y para reclamar el derecho a decidir sobre sus cuerpos.
Sabemos que la violencia patriarcal ha sometido a las mujeres a lo largo de la historia, y la manera de sobrevivir ha sido sortear los golpes que se atraviesan todos los días por el camino. Esto mientras miles de personas externas a las movilizaciones, principalmente hombres, critican que monumentos y edificios históricos sean vandalizados con pintura morada y brillantina.
Pintarlo todo de morado solo es un gesto, que no puede cubrir el hecho de que en México todos los días sean asesinadas 11 mujeres y menores de edad, donde el 97% de estos casos queda impune; por supuesto, este color no difumina que cada cuatro horas una mujer sea violada.
De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, durante el confinamiento por la pandemia se han disparado los reportes de violencia intrafamiliar y las agresiones contra mujeres al interior de sus hogares, llegando a más de 260 mil denuncias por maltrato hacia mujeres, y 940 defunciones clasificadas como feminicidios.
Estas son razones por las que las exigencias de estas colectivas no deben claudicar y deben ser escuchadas, para no seguir padeciendo la opresión de toda una nación feminicida que minimiza estas realidades y que convierte al estado en cómplice.
Desde Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador aseguró que su gobierno está en contra del autoritarismo y la manipulación, y no en contra de los grupos feministas; mientras afuera elementos de seguridad levantaron vallas alrededor del inmueble para evitar daños ante la posibilidad de manifestaciones y actos vandálicos.
La pintura morada y las demandas escritas sobre las vallas no se hicieron esperar, y sirvieron de lienzo para conmemorar a las víctimas de feminicidios y para evidenciar el pacto patriarcal que sigue sosteniendo al estado y a la sociedad.
La lucha contra una nación feminicida.
Desde su campaña y ahora como presidente, López Obrador ha venido señalando que los feminicidios tienen su origen en la descomposición social y la pérdida de valores. Su falta de entendimiento de las problemáticas que agobian a las mujeres le ha costado duras críticas, ya que se ha mostrado renuente al diálogo y en la estrategia de seguridad pública no ha demostrado capacidad para frenar la violencia de género.
Con algo tan reciente como la postulación de la candidatura de Félix Salgado Macedonio por parte de Morena a la gubernatura de Guerrero, a pesar de tener denuncias de abuso sexual, grupos feministas alzaron la voz y responsabilizaron a AMLO por permitir que en su partido se haya llevado a cabo un proceso tan sucio como ese. Si bien la presión fue efectiva y se decidió corregir el proceso, al final la candidatura quedó confirmada, provocando la renuncia de varios perfiles femeninos de las filas del partido.
Este acontecimiento resalta a la luz de las próximas elecciones, donde estarán en juego al menos 20 mil cargos públicos, para los que muchas organizaciones siguen peleando espacios para tener representación de mujeres en estas posiciones de poder, como parte de la tan exigida paridad de género en el ejercicio público.
Durante la marcha del 2020 se confirmó el uso excesivo de la fuerza, detenciones ilegales e incluso violencia sexual, de acuerdo con un informe presentado por Amnistía Internacional lo cual hace imperativo el mandato de lucha en contra de una nación feminicida que amenaza a sus mujeres.
Mientras que en las movilizaciones convocadas en este 2021, lo más polémico fue la supuesta presencia de francotiradores en el techo de Palacio Nacional, provocando que en redes sociales y algunos medios de comunicación comenzaran a circular fotografías evidenciando esta acción, entendida como una afrenta al movimiento.
Sin embargo, el vocero presidencial, Jesús Ramírez, desmintió que se tratara de personal armado, explicando que los elementos de seguridad estaban haciendo uso de “inhibidores de drones tipo Hikvision”, con el fin de evitar sobrevuelos sobre el recinto, considerado como reservado por motivos de seguridad.
Debemos entender que la lucha es por la vida en primer lugar, por la libertad y por la erradicación del miedo, pero también por la dignidad y el respeto.
Por supuesto, todo movimiento social tiene filtraciones malintencionadas, y cada idea nueva que busque el progreso siempre tendrá detractores. Son síntomas de una sociedad que se mueve, que no controlamos y que invariablemente nos pondrá ante una nueva perspectiva.
Existen intereses de grupo, desde los bloques que encuentran en la radicalidad su derecho legítimo de expresión, pasando por el sector académico que busca explicar el fenómeno en congresos y papers, pero sin poner un pie en la realidad cotidiana; hasta las mujeres trabajadoras y estudiantes que buscan un ápice de respeto y dignidad para no ser acosadas y violentadas en las calles.
El sufrimiento de una madre que busca justicia para su hija asesinada; el de la estudiante que es constantemente acosada en el transporte público y en las aulas; de mujeres migrantes violentadas en sus derechos; el de la mujer indígena a la que le son negados los derechos laborales y de acceso a la justicia en su propia lengua, todo este sufrimiento requiere de empatía y justicia.
La frase “México feminicida” se proyectó sobre la antigua fachada de Palacio Nacional, en una imagen que debería llevarnos a la reflexión silenciosa, detenida y dolorosa de la realidad nacional.