Infancias trans, ¿tendencia, moda o algo natural?
Con temas como el de las infancias trans es frecuente que nos inclinemos a pensar que conductas e identidades que ahora parecen estar en tendencia son algo reciente; sin embargo, al revisar la historia podemos encontrar miles de ejemplos de situaciones de este tipo que ya ocurrieron pero que seguimos pensando que son nuevas.
Jules Gill-Peterson, autora de “Histoires of the Transgender Child”, hizo un recuento de historias de niños transgénero en distintas épocas, que pudieron hacer su transición e incluso asistir a la escuela a pesar de los tiempos en que les tocó vivir, donde sus identidades no eran reconocidas, tal como puede ocurrir hoy a pesar de la presencia del tema en todos los medios.
En años recientes muchos países han atestiguado debates legales sobre la visibilidad y los derechos de los jóvenes transgénero. En muchos casos se ha buscado prohibir y hasta criminalizar el acceso de los niños transgénero a la atención médica que afirme su género o incluso a los deportes organizados.
El argumento es que estas exigencias no existían hasta hace algunos años, como si el fenómeno de las infancias transgénero fuera un tema contemporáneo, asociándolo a un “fenómeno cultural de los jóvenes del siglo XXI”.
El punto es que hoy en día esta visibilidad de las infancias transgénero se ha politizado, cuando lo importante sería atender las consecuencias de la discriminación que sufren quienes se identifican con un género distinto al asignado al nacer, personas que para enfrentar este proceso personal requieren el apoyo de los demás.
Enfrentar desde niños y en soledad una condición como la disforia de género -esa sensación de incomodidad o angustia que sienten las personas cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer-, puede producir adultos sin integración social con su entorno, con tendencias suicidas o hacia las adicciones, por lo cual su vida estaría en riesgo.
El derecho a tener identidad.
Recientemente ha habido esfuerzos por legislar en favor de que un menor de edad tenga el derecho de auto percepción de identidad de género.
Salma Luévano, diputada federal, ha estado impulsando la Ley de Identidad de Género, en la cual se busca hacer modificaciones a los códigos civiles que se han hecho en varios estados, con el fin de reconocer el derecho de las personas a cambiar de género y el nombre asentado en su acta de nacimiento.
Se reconoce el derecho a ser identificado de acuerdo con la percepción personal de género y en cuestiones prácticas de la vida, la identidad debe ir acorde con los documentos oficiales. Esto ayuda a que de alguna forma no se incurra en discriminación contra personas que jurídicamente han decidido asignar su identidad auto percibida, dando “seguridad y empoderamiento”.
Son 19 estados los que ya han aprobado la Ley de Identidad de Género, y los cambios en el acta de nacimiento de acuerdo con la identidad de género auto percibida es gratuita en algunas entidades y en otras tiene costo.
Bajo la lógica de que los derechos humanos son “para todos, todas y todes” y no deben ser sometidos a consulta, Luévano ha insistido en que también las infancias puedan gozar de este derecho “para que no haya tanto señalamiento, tanto bullying y tanta discriminación”, dando una garantía de respeto para que las “infancias y adolescencias trans” tengan protección jurídica.
Es cierto que las reformas y modificaciones legales deben ir de la mano con la educación, para garantizar una infancia y adolescencia feliz para los menores que se auto perciben de manera distinta a lo binario. Pero este fenómeno no ha escapado del yugo de agendas específicas que intentan tomarlo para introducir otros intereses.
La politización de las infancias trans.
Realizando una búsqueda simple en YouTube podemos encontrar muchos documentales y testimonios particulares que relatan la lucha de las infancias trans.
En varios de ellos podemos notar que muchas veces el discurso está muy bien estructurado, que se insiste en la penetración del “lenguaje inclusive” y que se utiliza terminología específica para referirse a las condiciones que se quieren exponer; es decir, se nota una agenda detrás.
La Asociación por las Infancias Transgénero es una asociación civil que nació para apoyar el proceso de transición de género de los adolescentes, ya que existe un gran vacío legal de información y respeto por “la identidad trans de les menores de edad en México”. De acuerdo con esta asociación “1.2% de lxs niñxs y adolescentes en México no se identifican con el género que se les asignó al nacer”, es decir, más de 180 mil menores de edad.
La Red de Familias Trans es otra organización civil que busca relacionar a familias que tienen algún miembro trans en su núcleo, con el fin de compartir experiencias y apoyar desde lo jurídico y social ante casos de discriminación y abuso de derechos de sus familiares.
Al atender una problemática que muchas veces pasa desapercibida, tampoco podemos ignorar los intereses que cubren muchas de las agendas progresistas que intentan hacerse presentes en los espacios legislativos, en medios de comunicación y en otros espacios de poder.
Por supuesto, nunca deben permitirse las agresiones contra las personas que se auto perciben fuera de lo binario. Por eso es por lo que el tema de las infancias trans genera tanto ruido, porque grupos que no están lo suficientemente informados al respecto solo se sienten moral y culturalmente amenazados por algo que no conocen ni entienden a profundidad.
Existe una cultura que señala y reprende toda conducta fuera de “lo normal”, pero también es cierto que cada vez se insiste más y más en promover las agendas progresistas, incluso llamando al tema de las infancias trans como la próxima conquista del movimiento progresista.
El temor de muchos sectores de la sociedad respecto a que dentro de estas asociaciones se esconden agresores sexuales y pedófilos no puede ser desestimado; pero no solo ahí están los perpetradores de agresiones contra menores, sino que están también en la escuela, en las iglesias, en la calle o en el metaverso. En todos lados y en cualquier contexto, los más vulnerables siempre son los menores de edad.
No tenemos el derecho de cuestionar la decisión individual de una persona ni su autodeterminación; pero cuando se intenta impulsar una agenda pública que implica el destinar recursos del erario para financiar procedimientos como las operaciones de asignación de sexo para los menores de edad, no es difícil adivinar que esto causará repudio.
Politizar un fenómeno como el de las infancias trans no es lo más recomendable, ya que en primer lugar necesitan ser acompañados en un proceso que va de lo puramente individual a sus redes de relaciones con su entorno familiar, escolar y social en general; necesitan ser escuchados con respeto, el mismo con el que deben ser tratados todos los menores de edad.