De la revolución sexual a la nueva moral sexualizada.

Desde la década de los sesenta se instaló en el imaginario occidental la liberación sexual, donde las juventudes se convirtieron en sujetos políticos y de consumo, reflejado claramente en la célebre frase de “sexo, drogas y rock and roll”. Esto parece haber dejado a la revolución sexual como una nueva moral sexualizada.

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Entre las características de esta revolución, destaca la desvinculación de la sexualidad del aspecto reproductivo, así como la libertad en la elección de parejas sexuales, dejando claro que las relaciones entre hombres y mujeres serían a partir de las prácticas sexuales, y ya no para la construcción de los conceptos tradicionales de familia o maternidad.

¿Fue una estafa esta revolución sexual? A partir de la irrupción del feminismo, se denunció que esta revolución fue impulsada desde el patriarcado, perpetuando la desigualdad sexual y dejando muchas víctimas, si pensamos en el engaño del hombre de familia infiel, que convirtió en objeto sexual a la mujer liberada desde el discurso y en la práctica.

El feminismo y la sexualidad.

Actualmente sabemos de la existencia de feminismos diversos, y todos se enfrentan en el terreno de la sexualidad. En el tema del aborto, todas las posiciones feministas tienen claro que cualquier mujer está en su derecho de planificar su vida a partir de decidir sobre su cuerpo.

Pero en cuanto a la sexualidad persiste un conflicto entre estas perspectivas feministas, donde el punto de partida para un punto de vista crítico podría estar en identificar de dónde proceden los discursos sobre la sexualidad y cómo debe ser vivida.

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Grupos sociales, lobbies y agendas activistas parecen estar peleándose por definir una nueva normativa sexual, en especial para las mujeres. Buscan poner la sexualidad en el centro de la vida de las personas y definir su identidad a partir de ella.

La sexualidad como nueva moral.

Se dice que la moral no debería pronunciarse en el terreno de la sexualidad, pero la realidad es que siempre va a estar ahí para señalar lo que no le gusta, sea desde la religión, la política o cualquier posición de poder.

La filósofa española Ana de Miguel Álvarez sugirió que existen al menos tres campos desde los cuales se ha querido colocar a la sexualidad en el centro de la vida de las personas: el sexo como estilo de vida saludable, el sexo como industria y el sexo como transgresión.

Se ha difundido hasta el cansancio que el sexo forma parte de una vida sana, y que es equiparable a la alimentación o a los deportes, y en cualquier medio de comunicación encontramos consejos para que “no caigas en la rutina” o “10 posiciones sexuales si te duele la espalda”. Desde esta nueva moral sexual, parece que estar aburrido no es una opción, y siempre se buscará mantener sexualizado al individuo.

También se ha estado redefiniendo la sexualidad desde la industria pornográfica, o el “sexo patriarcal” como se le define desde distintas posturas feministas, que está inundando la cultura mundial mediante el uso cada vez más intensivo del internet. El porno está normalizado, incluso ya entre menores de edad. Mientras la trata de mujeres, la prostitución, redes delictivas, y todo tipo de negocios ilícitos están encubiertos por una industria aparentemente legítima.

Por último, el sexo como transgresión implica la difusión de distintas prácticas sexuales consideradas antisistema, “que pueden llegar a acabar con el patriarcado, y hasta con el neoliberalismo y la globalización”, según postulados de la llamada teoría queer. Precisamente a los jóvenes que se asumen como revolucionarios y antisistema están dirigidas estas instrucciones que buscan enrarecer la sexualidad.

Entonces, tenemos que el sexo es parte de una vida saludable, reflejada en una industria, y reforzada por la transgresión de distintas prácticas sexuales difundidas como “antisistema”. Es decir, una moral sexualizada.

Las perspectivas feministas son armas críticas necesarias para la sociedad. Si podemos entender esto será posible una nueva revolución de la realidad.

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