El atasque de los primeros viajes.
Tras diez años de chingarle investigando, en 1943 el químico Albert Hofmann pudo ingerir una dosis bastante cargada de ácido lisérgico y salir a dar el rol en su bicicleta, coronando una hazaña que ha pasado a la historia.
La síntesis que logró del ácido lisérgico fue vendida por la compañía Sandoz como Delysid, un medicamento para tratar problemas psiquiátricos. Padecimientos mentales como la depresión, la esquizofrenia y muchas adicciones empezaron a ser tratadas con LSD a partir de la década de los cincuenta.
Esto solo fue el precedente para que, ya en la década siguiente, surgiera todo un culto de consumo de este ácido, que alcanzó una popularidad tal que se empezó a crear una mala fama. Finalmente, tras supuestas evidencias del desarrollo de daños mentales permanentes entre los consumidores, se prohibió y su consumo se ha mantenido en la ilegalidad, ya no para fines médicos sino exclusivamente recreativos.
El ácido dejó de pertenecer al mundo de los laboratorios y de las farmacias para estar a la mano de la gente en las calles, creando toda una revolución de acercamiento a los psicotrópicos. Fue un hambre voraz por tener experiencias cercanas a la divinidad, en una atmósfera de libertad, contracultura y música.
San Francisco, en California, se convirtió en el epicentro de este nuevo estilo de vida que se apoyaba en el consumo de drogas, atrayendo a miles de jóvenes con la promesa de pertenecer a algo nuevo, algo que atacaba las ideas establecidas y les daba un nuevo poder que se compartía en el amor.
Mientras algunos pudieron liberarse de las ataduras sociales usando ácidos, otros terminaron en malos viajes con estos alucinógenos, llegando a experimentar sobredosis. El consumo de dosis muy cargadas de ácido requiere de preparación, porque el viaje que te pongas puede llegar a quitarte la mayor parte del tiempo en tu ocupada vida.
Microdosis de amor, microdosis de revolución.
Muchos usuarios aseguran que el LSD les permite redescubrirse a sí mismos, dentro de un proceso que puede desencadenar un cúmulo de emociones. En dosis muy altas, el LSD puede provocar alucinaciones, pero existe el método de administración de microdosis para tener un control más cercano de los efectos de este ácido.
Ha sido una salvación para muchos el poder poner un par de gotas del ácido disuelto en agua, congelarla en cubos y darse un tratamiento de microdosis durante algunas semanas, para después dejar este hábito durante varios meses y así evitar cualquier atisbo de adicción.
Los fines que persiguen quienes han implementado este sistema de microdosis es mantenerse enfocados, relajados y encendidos durante todo el día, sin llegar al terreno desconocido de las alucinaciones.
James Fadiman, investigador y “experto en micro dosis” aseguró que descubrió este método más por error que por conocimiento, y que el propósito no es llegar a una intoxicación llena de alucinaciones, sino el poder mejorar la vida del día a día de los consumidores.
En palabras de Fadiman, “las micro dosis son la forma más aburrida de consumir psicotrópicos”; así que quedará en ti si decides ir a una guerra psicotrópica de la que no sabes si volverás, o te quedas anhelando el viaje desde el sillón.