Porn*graf¡a y depresión, la distorsión de la experiencia s3xual.

Piensa en la imagen del “pajero”, una persona aislada que para resarcir su falta de interacción social con el sexo opuesto decide recurrir como única salida al consumo de porno. En realidad, lo que podría estar detrás de esta decisión es una fuerte depresión, donde la pornografía tomará un papel determinante para distorsionar su experiencia sexual.

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Una industria que usa tu depresión como combustible.

La industria pornográfica está plagada tanto de mitos exagerados como de realidades que son poco conocidas. Por ejemplo, es poco mencionado el hecho de que existen muchos estudios de psicología clínica que señalan los efectos que puede tener la pornografía en el cerebro y el comportamiento de los consumidores.

Alcanzando un valor superior a los 97 mil millones de dólares tan solo el año pasado, la pornografía se confirma como una de las industrias más rentables en todo el mundo, ya que esta cifra representa más de lo que hicieron empresas como Google, Amazon, Microsoft, Netflix y otras grandes -todas juntas- en ese mismo periodo.

¿Qué es lo que alimenta a esta industria? Sin duda, mucho del combustible para que funcione y obtenga estos rendimientos es el estado anímico de las personas, que a pesar de que puedan estar deprimidas siguen teniendo deseo sexual y son constantemente expuestas a todo tipo de estímulos.

Desde esta perspectiva, la pornografía es una droga y su consumo constante genera un comportamiento adictivo. Al ser la dopamina el neurotransmisor que regula las emociones y la sensación de placer, sostener este consumo de pornografía puede afectar el funcionamiento del cerebro y alterar su estructura.

Así, la industria está produciendo hordas de adictos a la pornografía, principalmente en las generaciones más jóvenes, exponiéndolas a nuevos y distorsionados estándares sexuales que, de no ser alcanzados, pueden provocar desánimo, depresión e insatisfacción.

La adicción a la pornografía.

No es lo mismo sostener relaciones sexuales a ver pornografía. Mientras el acto sexual puede responder a un instinto natural y hasta de supervivencia, el consumo autoimpuesto de pornografía induce a descargas excesivas de dopamina, generando placer en el cuerpo y obligándonos a buscar más, logrando dejar al consumidor como alguien insaciable, cuyo cuerpo le exigirá descargas cada vez más fuertes.

La Universidad de Cambridge comprobó en diversos estudios que la pornografía es de hecho adictiva, que afecta las funciones cerebrales al grado en que pueden hacerlo el alcohol y el consumo de otras drogas que generan adicción.

Los estados de estrés y ansiedad bajo los que vivimos en las sociedades modernas nos hacen proclives a la necesidad de un desfogue inmediato, y qué mejor manera de tener una fuerte descarga de dopamina que mediante la pornografía. Justamente de la búsqueda constante de novedad y la falta de un limitador biológico que frene esta actividad, es de donde surge esta adicción a la pornografía.

“Your brain on porn”, libro de Gary Wilson, plantea que esta búsqueda de novedad constante instalada en la genética humana nos hace proclives a estar al acecho de estímulos cada vez más fuertes; que incluso alguien deprimido podría pasar horas buscando porno cada vez más hardcore o inusual porque no hay un limitador biológico que le ponga freno.

La tolerancia que se desarrolla ante dichos estímulos provoca que la dopamina que generamos ya no sea suficiente y nos obligue a buscar algo más intenso para acercarnos al nivel de placer que ya habíamos alcanzado.

Ante la necesidad de consumir pornografía que le infundimos al cerebro, el sistema de estrés hace que la capacidad de autocontrol se ve afectada, haciendo que podamos llegar a experimentar síntomas de depresión, ansiedad, cansancio, irritabilidad; en general, una distorsión de nuestro ser sexual natural.

La sexualidad distorsionada.

La disfunción eréctil, las ideas obsesivas que llevan a la masturbación crónica, así como la distorsión de la realidad, son solo parte de las consecuencias que puede tener una constante exposición a la pornografía.

En lo psicológico y social, el circuito de recompensas de nuestro cerebro puede verse alterado y generar ansiedad, estrés, dificultad para concentrarse, menos ánimos para relacionarse socialmente, tendencia a la procrastinación y depresión.

Esta disfuncionalidad se hace evidente cuando el deseo y la necesidad de porno aumenta, por un lado, inhibiendo las reacciones de autocontrol y minando nuestra voluntad. Por eso, podemos llegar a pensar en ver pornografía a pesar de que sabemos que tenemos responsabilidades que atender.

Como humanos poseemos una gran memoria que atesora las experiencias que consideramos placenteras. Este mecanismo crea disparadores personalizados que inducen el consumo de pornografía; así, el escuchar cómo se cierra la puerta de tu casa puede ser la señal que esperabas para darle con todo a la paja.

Debemos entender que la industria pornográfica seguirá ahí enriqueciéndose, esperándonos con estímulos cada vez más fuertes e intensos dirigidos a nuestro sistema de recompensas, volviendo más dura la lucha contra estos hábitos de consumo. Si bien cualquier condicionamiento se puede revertir, se requiere de mucha fuerza de voluntad.

El vacío que sientes no lo vas a llenar solo con altas dosis de dopamina y recompensas fáciles y satisfactorias que distorsionan la realidad.

Solo nos queda decirte: si has identificado que estás deprimido, mejor será que te alejes de la pornografía.

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