¿Por qué asociamos a las flores con el sexo?

Entre las flores y el sexo existe un vínculo profundo que rebasa cualquier conjetura. Al asomarnos dentro de todas las grandes culturas siempre vamos a encontrar referencias a esta asociación; desde considerar a una mujer virgen como un cierto tipo de “ofrenda floral” para apaciguar a los dioses, hasta la pérdida de la virginidad, a la que comúnmente se refieren como “desflorar”. Es una relación que parte de la naturaleza y que se refleja en la cultura y la sociedad.

La naturaleza sexual de las plantas y las flores.

Cuando pensamos en sexo, las imágenes se arremolinan en la mente tratando de cubrir una inmensidad de estímulos. Pero casi no pensamos en las plantas. Nos alimentamos de ellas y entendemos su importancia para que podamos existir, pero rara vez pensamos en su sexualidad.

Las plantas quizá son más sexuadas de lo que aparentan. Si nosotros como personas usamos los perfumes en los juegos previos de la atracción, e incluso la mercadotecnia hace alusión a esto constantemente, pocas veces tenemos en cuenta que estas fragancias vienen de las flores, por tanto, su función sexual está determinada.

En la naturaleza, las flores y los aceites esenciales son parte de la relación amor-odio con los insectos, la cual se ha venido desarrollando desde el Cretácico. Las flores ofrecen su néctar con el fin de fomentar la atracción necesaria para la polinización, y muchas de ellas requieren de estos insectos u otro tipo de intervenciones para poder reproducirse. 

Por ejemplo, las orquídeas son capaces de sintetizar réplicas exactas del aroma de las abejas hembra sexualmente activas, y con esa información química lanzan al aire su fragancia camuflada para atraer a las abejas macho solitarias, en un engaño que no solamente juega con los aromas sino con las formas, ya que la estructura de estas flores, su tamaño y reflectancia imitan diferentes partes de una abeja hembra.

El polen, como un elemento microscópico que carga con la célula sexual masculina, necesita ser llevado por el polinizador; los granos de polen serían una especie de semen vegetal que se deposita en el medio ambiente, que incluso pueden informarnos sobre las características del entorno natural de una región y de sus cambios climáticos.

Esta ventana a la vida sexual de plantas y flores nos enseña que somos parecidos a ellas cuando asumimos nuestra propia sexualidad, que somos un reflejo de ese diseño sexual.

Del cortejo a la cama. La asociación cultural del sexo y las flores.

Como personas, usamos todo tipo de colores en la ropa y los aromas que más nos gustan para atraer a nuestras contrapartes. Pensemos en las flores y su multiplicidad de presentaciones, la estética que las envuelve; todas sus formas y colores están dispuestas en función de su sexualidad.

Si pudiéramos contar con una imagen de la historia del romance en cada cultura, seguramente podríamos ver muchas flores. A lo largo de la historia, las flores han representado siempre la sexualidad femenina, y el arte en general junto con la literatura universal están plagadas del uso de las flores como metáfora para referirse a los genitales de la mujer, al mismo tiempo que en muchas tradiciones pictóricas, como la islámica, a menudo los campos de flores son utilizados como el lecho para hacer el amor.

El olor de las flores invade la senda que comunica nuestros rituales sexuales, desde el cortejo hasta la cama. Regalar flores, la invención de los perfumes, o la tradición del ramo de novia para cubrir los olores desprendidos de una higiene deficiente, son solo algunos rasgos de esta relación cultural de la sociedad con las flores. 

Andrea Frownfelter, en “Flower symbolism as female sexual metaphor”, explica que las flores pueden ser usadas tanto en sentido positivo como negativo para mostrar la presencia o la ausencia de la sexualidad. 

Por ejemplo, en un sentido negativo, el simbolismo puede aprovecharse de usar flores como las rosas blancas para referirse a una falta de vida sexual en las mujeres -ya sea la inocencia, o características como la virginidad o castidad-, mientras que en el lado positivo busca paralelismos entre cierto tipo de flores y aspectos de la anatomía sexual femenina, como la vulva o el clítoris, usando flores para describir y celebrar ciertos actos sexuales o preferencias.

En el antiguo Imperio Romano, la existencia de la diosa Flora era celebrada con la Floralia, o juegos florales, en donde tenía lugar un festival que incluía una orgía como parte del tributo de promiscuidad ritual. Incluso de esta tradición ritual de origen griego surgió el uso de afrodisiacos, como los aceites y esencias de flores, usados en el cuerpo previo a la unión sexual. 

Aunque de cierto modo existen muchas fantasías new age sobre la capacidad sanadora de las flores, es verdad que sus esencias pueden provocar las mismas experiencias de placer de una a otras personas, y esa es una de las más agradables coincidencias.

Las moléculas de perfume de las flores se evaporan en el aire alcanzando más de 300 diferentes receptores en la nariz, llevando el mensaje de la esencia floral a través de los nervios olfatorios hacia el sistema límbico del cerebro, en donde se encontrará con emociones instintivas como la memoria y el sexo.

Nos alimentan, nos curan, embellecen nuestro entorno y despiertan en nosotros los instintos y deseos sexuales. Son capaces de crear conexiones profundas entre los humanos, de transportarnos a los instantes más placenteros guardados en la memoria. 

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