Las claves del BDSM.
Una diosa baja imponente de su trono, con un traje de látex embarrado a los contornos de su figura voluptuosa, y se aproxima a su adorador. Él, desnudo y arrodillado, con las manos amarradas detrás de la espalda, espera quieto como un perro, pero con ansia en el rostro debajo de su máscara.
Esta deidad se acerca, toma la cadena que rodea el cuello de su mascota, y la pasea por toda la sala. Sólo se escuchan el eco de los tacones en el piso y el tintineo de las cadenas y arneses. Detiene la marcha, toma con fuerza el mentón del cautivo y le abre la boca, para dejar caer en ella un escupitajo y después una cachetada ensordecedora. Acaba de empezar la dominación.
El BDSM abarca en sus siglas conceptos como el bondage, la disciplina, la dominancia, la sumisión, el sadismo y el masoquismo. El bondage se refiere generalmente la dominación y restricción del cuerpo mediante el uso de ataduras con cuerdas, esposas y mordazas. La disciplina encarna un conjunto de reglas establecidas por la figura dominante y que la persona sumisa debe seguir. La dominancia implica que el lado dominante debe imponer su voluntad sobre el sumiso incluso dentro de sus duros límites.
La cuerda del dolor al placer.
El sadismo deriva del placer sexual que se obtiene a través de infligir dolor, sufrimiento o humillación sobre la persona dominada, y el masoquismo implica que esta parte sumisa obtendrá placer sexual mediante su propio sufrimiento o humillación impuesta por la parte dominante. El sadomasoquismo se lo reparten entre el Marqués de Sade, el morboso cerebro detrás de Los 120 días de Sodoma, y Leopold von Sacher-Masoch, el autor de Las Venus de las Pieles, quienes acuñaron con sus apellidos estas prácticas al ser los primeros en escribir abiertamente sobre parafilias y fetiches, en un contexto poco receptivo a sus inquietudes.
Para el hombre que se adentra en esta práctica la dominatrix debe estar por delante, ella ordena y decide por el sumiso, dando a cada uno su rol. El masoquista se excita con el dolor, pero no necesariamente tiene que gustarle sentirlo. Se somete al sufrimiento porque su diosa así lo quiere y sólo tiene que seguir órdenes. No todos tienen que eyacular, y hay sumisos que solamente se regocijan en servir y no en disfrutar un clímax sexual de manera convencional.
No hay nada de malo o raro en explorar los deseos, porque esto puede permitirles a las personas descubrir una versión de ellas mismas que es más segura de lo que quiere, y que le hace parecer que tiene el control de cada aspecto de su vida. Sin embargo, nunca hay que olvidar que se deben ejercer prácticas seguras, confiables y dejarse llevar por quien realmente se es.
Te recomendamos que te desinhibas y le quites las cuerdas a tus fantasías, para que mejor se las pongas a tu pareja; pero olvídate de la misoginia de Fifty Shades of Grey. No basta el consentimiento, y debe siempre prevalecer la comunicación, la madurez emocional y el autoconocimiento.
Combinar sexo y dolor es posible y placentero, pero debe ser gratificante para todas las partes.