Afganistán, un fuego inextinguible.
¿Por qué es relevante Afganistán? Si tienes menos de veinte años seguramente solo recuerdes a un terrorista barbado muy temido que orquestó el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, y que por fin fue capturado por el ejército estadounidense para llevar la democracia y la estabilidad a un país de Medio Oriente.
Desde occidente, tenemos concepciones maniqueas de lo que realmente acontece en ese país, y los titulares los acapara la cultura religiosa y machista que oprime a las mujeres.
Se trata en realidad de un territorio conflictivo estratégicamente ubicado, con amplios recursos energéticos, que lo han vuelto el escenario de luchas entre intereses diversos que buscan hacerse del control de este enclave.
Al tener presencia en Afganistán, Estados Unidos buscaba evitar que potencias de la región como India o Irán dependieran de China o de Rusia para abastecer sus necesidades energéticas, deteniendo así el crecimiento de sus contrincantes, interponiéndose en el intercambio energético mediante un gasoducto desde el centro de Asia con India. Esto con clara afrenta a que Irán tome el protagonismo que le caracteriza en la región.
El terrorismo, entendido como el uso estratégico de fuerza contra civiles con el fin de impulsar agendas ideológicas, políticas o económicas, fue la excusa con la que fuerzas estadounidenses se posicionaron en esa zona. Pero lo que hace Estados Unidos en Afganistán también podría calificar como terrorismo, por sus intervenciones “estratégicas” en países para frenar movimientos ideológicos, como la guerra declarada contra el régimen Talibán.
Antes de 1979, Afganistán presumía una laicidad en la vida pública, con hombres y mujeres que iban con libertad y a la última moda occidental, con educación universitaria feminista y clubes de jazz en Kabul, mientras el 80% de la población del país seguía viviendo bajo códigos tribales en comunidades rurales.
Desde la caída del régimen socialista afgano desde finales de los 70s y hasta 1994 que surgió el Talibán, se gastaron más de 800 billones de dólares en industria militar para alimentar los grupos formados por EU en Afganistán, en una barbarie que se regocijaba en juegos de cazar civiles.
No es un secreto que Estados Unidos inyectó recursos a grupos de choque en Afganistán, los llamados “freedom fighters”, para “sacar las garras de Rusia y del comunismo” del país, cuando el gobierno laico e inclinado al socialismo se defendía en Afganistán.
Cuando se formó el Talibán en 1994 y hasta 2001, el país fue sometido al endurecimiento de las leyes basadas en la Sharia, es decir, la versión más dura de la ley islámica.
Pero ¿qué es lo que quiere el pueblo afgano? Esta pregunta planteada por Noam Chomsky no ha sido respondida con fundamentos, porque los intereses que hemos visto en juego han sido los de las potencias internacionales como Estados Unidos, Rusia y China, y no los de las tribus pastún y otras que han habitado la intrincada geografía del llamado “cementerio de los imperios”.
La espectacularidad que sustenta el conflicto afgano.
Terroríficas y angustiantes son las imágenes filtradas a los medios internacionales, donde muchedumbres de afganos colapsaron el Aeropuerto Internacional de Kabul, buscando a toda costa tomar un vuelo que los sacara del país. Aviones de rescate atestados e incluso personas que, al no encontrar lugar en el vuelo, decidieron colgarse de la nave y cayeron desde el cielo cuando se había realizado el despegue.
Así de espectaculares e impactantes fueron las imágenes que ya vimos del 11-S con los aviones atravesando las torres del WTC neoyorkino y que se quedaron en nuestras mentes, de manera similar al espectáculo del hongo producido por la bomba atómica.
Guy Debord ha cuestionado en diversos momentos el hecho de que si quiera haya existido la Guerra del Golfo como tal, bajo la explicación que desde occidente la vivimos a través de los medios de comunicación tradicionales durante los primeros años de la década de los noventa.
Los medios internacionales están acusando el regreso de un conservadurismo a través de un radicalismo y fundamentalismo religioso ejercido por el Talibán, con el fin de instaurar una moralidad tradicionalista basada en su propia interpretación de los postulados del islam.
¿Dónde queda la instauración de una moral cuando los móviles del conflicto son por los recursos y el control geopolítico? ¿A merced de qué o de quién quedará la población civil?
El conflicto ha dejado un fuego interminable, alimentado por el dolor del pueblo afgano y dejando efectos devastadores y de gran alcance.
Al menos 57 países miembros de la Organización de la Conferencia Islámica, que abarca a mil 800 millones de musulmanes, resentirán los efectos de la retirada de Estados Unidos de Afganistán, impactando todo el mundo árabe y de Asia Central.
De momento, los talibanes anunciaron un nuevo gobierno provisional en una rueda de prensa este martes, donde fungirá como primer ministro interino el mulá Mohammad Hassan Akhund, con la encomienda de “proteger los intereses más altos del país”, ejerciendo la Sharia con mano dura.
Esta nueva etapa en Afganistán está marcada por la “completa liberación del país” como han asegurado las nuevas autoridades tras la salida de las fuerzas armadas estadounidenses y sus aliados.
Al mismo tiempo, los grupos de protestantes -incluidos contingentes de mujeres- que se han manifestado con el permiso del gobierno provisional talibán, denunciaron la injerencia de Pakistán en el nuevo gobierno y ven como una amenaza la aproximación de China; esto mientras la Casa Blanca “no tiene prisa por el reconocimiento” por el nuevo gobierno.