La embriaguez romántica y el efecto emocional del alcohol.

En los años recientes ha proliferado una especie de glorificación de la soltería y el alcoholismo, empujándonos a abrazar el amor propio, más allá de seguir los convencionalismos sociales que dictan la obligatoriedad de la vida en pareja y el matrimonio. Sin embargo, tendemos a idealizar la embriaguez romántica sin considerar atentamente los efectos emocionales que puede desencadenar el alcohol en nosotros.

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La hormona del amor y el alcohol se parecen.

Hasta cierto punto, el alcohol comparte algunas de las características de la oxitocina, la llamada “hormona del amor”, y aunque sus beneficios se conocen por reducir el estrés o incrementar la empatía, también está relacionada a emociones negativas como la agresividad, la envidia y la arrogancia.

A muchos nos resulta divertido estar tomando alcohol, ya que funciona como una especie de lubricante social. Quizá en lo individual, puedes sentirte feliz mientras bebes, pero conforme la botella se vacía, tu interior puede estar llenándose de emociones negativas. Desde la nostalgia, la creatividad, la tristeza o la ansiedad, el abanico de emociones que agita el consumo de alcohol es diverso, y sus efectos nos golpean de manera distinta a cada uno. 

Estas similitudes probablemente existen debido a que tanto la oxitocina como el alcohol actúan en distintos niveles dentro de la misma ruta química en el cerebro. 

La oxitocina estimula cierto tipo de neurotransmisores, mismos que tienden a reducir la actividad neuronal, mientras el alcohol se une a estos e incrementa su actividad. Tanto la oxitocina como el alcohol tienen el efecto general de pisar la actividad cerebral, lo cual podría explicar el hecho de que ambos elementos funcionen como supresores de las inhibiciones.

¿Qué sentimos cuando bebemos alcohol?

Sabemos que el consumo excesivo de alcohol tiene consecuencias negativas en nuestro cuerpo y nuestra mente, además de influir en nuestro estado de ánimo. 

Beber pone al cuerpo en un estado de excitación que genera y libera altas cantidades de endorfinas y serotonina, las cuales son responsables de la regulación de las emociones, así como del sentido de felicidad y relajación; así que entre más bebemos alcohol, nuestros cerebros se hacen más vulnerables a los cambios volátiles del comportamiento.

Al sentimiento del amor se le asocia frecuentemente con la embriaguez, emulando el embelesamiento de una relación romántica con los efectos que puede desencadenar el alcohol, como la ira, la pasión desenfrenada o el dolor. Así ha quedado plasmado en millones de canciones que comparan al amor con la embriaguez, y en la convivencia donde el alcohol es necesario para ahuyentar las barreras que nos impiden demostrar afecto a los demás.

Como sabemos por la experiencia, nuestro trago puede ser engañoso ya que nos puede colocar en un modo relajado y de disfrute, incluso hasta llegar a la euforia; pero pasados los minutos los efectos que pueden manifestarse son los de un depresivo, e incluso si se padece alguna condición de salud mental considerable, el beber puede exacerbar ciertos comportamientos como la ansiedad y los pensamientos suicidas.

Incluso las personas pueden reaccionar de manera distinta de acuerdo con el tipo de bebida que estén consumiendo. 

Es más frecuente que el vino o los cocteles funcionen como catalizadores de estados de ánimo positivos, mientras que el vodka podría provocar mayor sensación de ansiedad, e incluso tristeza o miedo. En el caso del whiskey, tanto para hombres como para mujeres, puede relacionarse con sentirse abrumados o preocupados, aunque en muchos casos los hombres pueden llegar a vincularlo con algo nostálgico.

La embriaguez romántica es uno de los efectos emocionales del alcohol, y eso podemos experimentarlo solos o con pareja. Así que no importa si pasaste San Valentín solo en tu cuarto, con una botella de vino, o si pudiste pagar el cuarto para llevar a tu pareja y emborracharse juntos.

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