¿La depresión te lleva al alcoholismo o tomar te deprime?

Tendemos a romantizar la naturaleza de la tristeza y la depresión, incluso nos dejamos llevar por las sensaciones que nos provoca y buscamos maximizarlas, infligirlas en nosotros mismos a propósito con tal de cumplir esa idealización romántica; y en esto tiene mucho que ver el consumo de alcohol. ¿Un estado depresivo puede llevarnos al alcoholismo, o ponernos a tomar nos deprime?

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¿Realmente es culpa del alcohol?

Sabemos que el uso y abuso de bebidas alcohólicas para obtener de ellas sus propiedades eufóricas, des inhibitorias y depresoras se conocen desde hace siglos, y han estado asociadas a ciertas tradiciones y rituales en distintas culturas.

Por supuesto, el alcohol es una droga psicótropa depresora del sistema nervioso central, con una tremenda capacidad de crear tolerancia en el organismo, dependencia psicofísica y por último la adicción. 

La acción depresora del alcohol sobre el sistema nervioso central tiene un gran potencial de afectar las funciones cognitivas, la percepción y reducir las capacidades motrices. Así, como otras drogas potentes, el alcohol es un tóxico que actúa a nivel celular que causa alteraciones graves en tejidos y sistemas del organismo, desencadenando enfermedades crónicas de todo tipo, entre ellas la depresión.

Cuando hemos creado una tolerancia al alcohol necesitamos aumentar la cantidad que ingerimos para poder seguir obteniendo los mismos efectos. En un abrir y cerrar de ojos esto deriva en la dependencia, que se identifica plenamente cuando suspendemos el consumo de alcohol y comienzan a aparecer los síntomas del síndrome de abstinencia.

Si bien es cierto que el abuso prolongado de alcohol puede inducir alteraciones neurológicas y cognitivas importantes, al parecer no hay una relación clara entre la cantidad de ingesta, los años de consumo y las alteraciones cerebrales; esto porque entran en juego otros factores de riesgo genéticos que pueden potenciar la acción del alcohol en el cerebro y el estado de ánimo.

La triste relación del alcohol y la depresión.

Padecer una condición de alcoholismo crónico puede derivar en trastornos como la depresión, afectando el estado cognitivo, de ánimo y las emociones, influyendo en la relación que podamos tener con nuestro entorno. De pasar de un simple “malacopa” impertinente en la peda podemos llegar a ser algo verdaderamente triste y lamentable de ver.

Quizá beber en exceso no es precisamente un hábito muy saludable porque puede ser un factor que desencadene la depresión. En sentido contrario, el abuso de alcohol puede ser consecuencia de un trastorno depresivo que no ha sido atendido debidamente y que evoluciona y deriva en la dependencia de sustancias.

Si ya estamos atravesando un estado depresivo, puede ser que busquemos en el alcohol un alivio a la apatía y el desánimo que nos ahoga; como dicen por ahí “ahogar las penas en alcohol”, con el fin de olvidarse de todas las malas sensaciones y los pensamientos negativos. Además, si estamos llevando algún tratamiento con fármacos antidepresivos, la combinación con alcohol solo puede empeorar el asunto.

Cuando el consumo descontrolado de alcohol es el que ocasiona los estados depresivos puede sorprender que no se hayan presentado previamente estados de ánimo similares, ya que el consumo en exceso de la sustancia será el responsable del deterioro físico y psicológico, llevando al consumidor a problemas neurológicos y de personalidad; deterioro mental, descuido personal, incluso el estropeo y abandono de nuestras relaciones sociales.

Sí, es cierto que echarnos unas cervezas o un trago nos desinhibe y ayuda a liberarnos un poco de las tensiones y la ansiedad, disponiéndonos a pasar un buen rato. Si nos pasamos de ese umbral de tolerancia con una cantidad mayor de alcohol experimentaremos sus potencias depresoras, disminuyendo nuestra conciencia, la coordinación motriz, la respiración y la frecuencia cardiaca.

Así que no solo no combate la depresión, sino que, por estas propiedades depresoras, el alcohol solo puede prolongar un estado depresivo. 

El desequilibrio emocional, los sentimientos de culpabilidad, la desvalorización personal por perder el control y el abandono de nuestras relaciones y obligaciones, no las vamos a curar solo con tomarnos un trago más. 

Los riegos de ignorar.

No necesitamos ser especialistas ni entender toda la terminología médica para saber de primera mano que el alcohol es la droga más problemática con la que las sociedades han tenido que lidiar, y que los riesgos sociales y a la salud física que encarnan su consumo son múltiples y de alta peligrosidad.

Si tomamos porque estamos deprimidos, pasamos por alto que es el hígado el que procesa la ingesta de alcohol, donde se convierte en acetaldehído, mismo que viaja al cerebro para mezclarse con la serotonina para formar una sustancia que parece emular los efectos de la heroína. Al día siguiente quedamos desprovistos de serotonina y el riesgo de que se recrudezca la depresión es latente.

El doctor Conor Farren, especialista en el tratamiento psiquiátrico de adicciones en el Trinity College de Dublín, alertó que el vínculo entre el consumo de alcohol y la depresión es muy fuerte, porque conlleva el riesgo de que incluso aparezcan ideas suicidas en las personas.

Estando intoxicados por el alcohol tendemos a cometer un sinfín de tonterías, desde decir algo que no queríamos hasta terminar a los golpes con alguien; pero si cargamos con una depresión somos propensos a darle rienda suelta a una idea suicida, misma que quizá no llevaríamos a cabo si estuviéramos sobrios.

No importa si nuestro estado de ánimo depresivo nos llevó al alcoholismo, o fue éste quien nos metió en el hoyo anímico y emocional donde estamos; hay que darnos cuenta de que existen posibilidades para trascender estos estados para salir del círculo y evitar un escenario catastrófico.

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