El ataque a los símbolos y al patrimonio.
La pérdida de la grandeza de imperios y culturas antiguas se consuma cuando los símbolos que les dieron identidad son derribados. El éxito de la conquista española de los territorios americanos se consumó cuando los templos de las culturas locales fueron destruidos y con sus piedras se erigieron iglesias, y así ha ocurrido a lo largo de la historia con cada nueva civilización que se asienta en un lugar y que luego es sustituida por otra.
Estatuas y bustos de Marx y Lenin fueron derribados en las repúblicas ex soviéticas durante los noventa tras la extinción de la URSS; tras la captura y asesinato de Sadam Hussein en Irak sus estatuas fueron derribadas por los marines estadounidenses invasores en 2003; en años recientes muchos grupos han emprendido ataques contra las estatuas dedicadas a Cristóbal Colón tanto en Estados Unidos como en México, Bolivia y otros países.
Siempre llega un nuevo orden de ideas para derribar al anterior; pero en la inmediatez en la que vivimos en las sociedades actuales, tendemos a pensar que todo puede ser salvaguardado para la posteridad.
Los monumentos en sentido estricto aspiran a la eternidad, por eso son construidos con materiales que puedan soportar el paso del tiempo. Son pensados como figuras de autoridad, que ven de arriba hacia abajo, en una lógica de dominio político.
Por supuesto, el arte y los monumentos son parte de nuestra historia y conforman el patrimonio que da identidad a las naciones y merecen ser cuidados. Pero también, la historia se escribe todos los días y el arte forma parte de la misma historia.
Para muchos es doloroso ver cómo se maltrata el patrimonio material y la sociedad sufre terriblemente cuando estos símbolos son ultrajados. El tema es polémico, porque los monumentos y patrimonio histórico con el que convivimos deben procurarse; pero el dilema es si deben permanecer intocables o ser parte viva de la historia del día a día.
“Cuiden los monumentos de las feministas”.
Durante las movilizaciones del 25 de noviembre de 2019, donde se marchó en contra de la violencia ejercida contra las mujeres en varios países, se registraron actos de vandalismo y daños contra mobiliario urbano y patrimonio histórico artístico. Estatuas, monumentos, paredes de edificios históricos y otros objetos terminaron cubiertos de brillantina, de pintura y de grafiti.
Los defensores de estas expresiones consideran que las mujeres que deciden poner pintura encima de esas viejas reliquias en realidad las están dotando de vida, influyéndoles la mirada fúrica del momento, producto de su contexto.
Para la marcha de este año, autoridades de la Ciudad de México colocaron vallas alrededor de los edificios y monumentos históricos días antes de la marcha del 8M, como en el Palacio de Bellas Artes y la Catedral Metropolitana. Los argumentos de las autoridades aseguran que esto se hace “para proteger el patrimonio histórico de México”, lo que no implica que las demandas de la marcha no vayan a ser escuchadas.
Por su parte, las colectivas feministas que acuden a las marchas sienten que estas medidas son un claro ejemplo de la falta de apertura al diálogo por parte del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, y que incluso la actual administración es igual de ofensiva que las anteriores contra las causas feministas.
En los últimos años de marchas y protestas, las mujeres han transformado estas vallas en memoriales donde escriben los nombres de víctimas de feminicidios y de otras agresiones. Incluso se han erigido “antimonumentas” para reafirmar y visibilizar las demandas de estos movimientos, tomando como suyo el espacio público y los símbolos nacionales.
Sitios como el Hemiciclo a Juárez en la Alameda Central de la Ciudad de México, o El Caballito, en la explanada del Museo Nacional de Arte, han sido uno de los más afectados, generando gran animadversión de los usuarios en redes sociales contra las colectivas feministas que se encargaron de “adornarlos” con sus consignas.
“Vandalismo” para la posteridad.
Para muchos de quienes critican este atentado contra el patrimonio histórico y cultural, el vandalismo solo actúa en contra de las propias causas que tienen los grupos feministas, considerando que no abona en nada a su lucha el ir a manchar los símbolos de la historia nacional.
Justamente la trascendencia de que se tome una medida de este tipo, la de atentar contra los símbolos de una nación, radica en el acto mismo.
La causa feminista de abogar por la erradicación de la violencia contra las mujeres y niñas en un país donde se les amenaza tanto fuera como dentro de casa, es tan preponderante, tan urgente de atender, y al mismo tiempo tan ignorada, tan subestimada y dada por sentado que la desesperación por no encontrar eco a sus reclamos conduce a que la ira y el odio se vuelque hacia los símbolos nacionales.
¿Cómo cambian las nociones de arte, espacio público y representación con la intervención de acciones de colectivas feministas?
Un ejemplo es lo que ocurrió hace un par de años con la Glorieta de Colón, en Paseo de la Reforma, conocido ahora como “Glorieta de las Mujeres en Lucha”, que ha quedado como un vórtice donde convergen las discusiones sobre colonización, descolonización, indigenismo, feminismo, el uso y abuso de la historia, la memoria, el arte, la identidad y el espacio público.