La hoja de coca, un motor ancestral de trabajo en la zona andina.

La cadena de producción de la cocaína arrastra a miles de trabajadores, que recurren al cultivo de esta planta como un medio para subsistir. De ser un motor ancestral para el trabajo en la zona andina, la hoja de coca ha pasado al estigma social y político por el crecimiento del consumo mundial de cocaína. Te contamos la historia que guarda esta hoja para que lo pienses dos veces antes de meterte esa rayota por la nariz.

cocaine

Una cultura que nace de una hoja.

Sabemos que la coca es una planta con rasgos de arbusto que puede llegar a medir aproximadamente entre 2 y 2.5 metros, con un tallo de característica leñosa y hojas de que tienen forma de elipse. Nació en la zona andina, extendiendo su fertilidad sobre los actuales países de Perú, Bolivia y Colombia.

Durante la invasión perpetrada por los españoles contra el imperio Inca, al conquistador Pedro de Cieza de León le parecieron curiosos “unos árboles medianos, tiernos y que siempre están muy verdes”, mientras el poeta y militar Garcilaso de la Vega, se dio cuenta de otras características de la coca y de cómo era sembrada en esos lugares, donde se empleaban métodos similares a los usados con la vid.

A través de estos dos cronistas, también podemos saber cómo los incas y sus antepasados trataban la hoja de coca para su posterior consumo, ya que una vez recogida la ponían a secar al sol, pero sin que quedara del todo seca para que no perdiera la totalidad de sus propiedades. Al ser tan delicada la hoja seca, tenían mucho cuidado en no pulverizarla ni dejarle mucha humedad, ya que el producto final era transportado en cestos y ahí podría enmohecerse y pudrirse.

El uso de la coca ha estimulado al mundo andino desde hace más de 4000 años, incidiendo en todos los aspectos de su identidad; incluso en épocas anteriores al imperio Inca, la hoja de la coca ya era utilizada de diversas maneras por parte de otras culturas asentadas en la zona andina, como la de Nazca o los Moche, que la incorporaron a su cotidianidad y le otorgaron una gran importancia social y religiosa. 

Desde esos tiempos preincaicos imperaba un sistema comunal que regía las relaciones entre los distintos grupos, mediante el intercambio de productos entre diversas regiones. Para estos intercambios la población usaba la hoja de coca como si se tratara de una moneda, dándole la función de ser móvil y articuladora de las relaciones comerciales y económicas.

Al revisar el comportamiento social dentro del mundo andino, la coca toma importancia en diversos aspectos y hábitos cotidianos. Cronistas como Cieza de León hicieron mención sobre cómo era utilizada la hoja de coca por los pobladores, que solían traer pequeños calabazos de donde sacaban un preparado de hojas de coca con tierra -probablemente cal- y que la traían en la boca “desde la mañana y hasta que se van a dormir”.

Esto nos da el indicio de que quien mastica la hoja de la coca puede sentir mucha más fuerza y vigor, y a los antiguos trabajadores los hacía rendir más para sus jornadas, ya que hasta podía inhibirles el hambre. Además, en la convivencia social entre estas comunidades surgió la figura del hallpay, que básicamente era encontrarse con alguien para ponerse a mascar coca.

Otro de los usos que se le dio a la coca fue emplearla como medicina, siendo la manera más común mezclar las hojas con cenizas de quinoa. También se inhalaba la semilla de la coca para detener hemorragias nasales, y las hojas podían cocerse con agua, miel y otras yerbas para aliviar desórdenes estomacales y náuseas. Incluso mezclada con claras de huevo y sal, las hojas silvestres fueron aplicadas en emplasto para ligar y unir los huesos fracturados. Esta mixtura, preparada como cataplasma, se administraba para secar y curar ulceraciones de la piel.

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La tradición amenazada por el consumo.

Gran parte de la importancia de los usos que tiene la coca dentro de la región andina debe su génesis a la cosmovisión que tuvieron las culturas de esa zona, incluso hasta hoy en día.

Por ejemplo, existen testimonios sobre el uso de la coca para adivinar el pasado, presente y futuro de las personas. Para esto, el adivino “lee” la coca guiándose por el tamaño, el color, el estado, la forma y la posición de las hojas que él deja caer en la tela. 

 

Observando detenidamente este tipo de rituales, que se siguen realizando a manera de ofrendas, podremos entender que la coca sacraliza el presente al comunicarlo y fundirlo con el pasado original y sagrado, apareciendo como elemento que pone en contacto el mundo natural y sobrenatural, y a los humanos con los dioses.

De acuerdo con estas tradiciones, la hoja de coca tiene un efecto en las personas para lograr esa reciprocidad con sus objetos y entidades de adoración, esperando que las actividades cotidianas, como las cosechas, el ganado o la vida familiar, puedan desarrollarse de manera armónica. 

Este tipo de conocimiento y acercamiento con la planta es lo que está en riesgo con el crecimiento actual del mercado mundial de la cocaína.

En el reciente Informe Mundial sobre las Drogas presentado en Viena por la ONU, se dejó constancia del descenso en el cultivo de la hoja de coca en Colombia en al menos 7%, y donde paradójicamente el consumo de cocaína se incrementó. Al mismo tiempo se estima que, debido a los efectos económicos adversos de la pandemia, los trabajadores de la tierra se vean forzados a volver a incrementar los cultivos de coca.

Aunque la actualidad del informe de la ONU contrasta con los números de Estados Unidos que, por el contrario, señalan un aumento en los cultivos en la producción de cocaína y en la erradicación de hectáreas de cultivos tanto en Colombia como en Perú, el debate es oportuno para contarte sobre la historia ancestral que tiene la hoja de coca en los pueblos andinos, donde ha sido ampliamente utilizada y es parte de la cosmovisión de estos sitios.

Ahora, el motor ancestral del trabajo en esa zona sigue siendo la hoja de coca, pero transformada en un residuo químico que destruye sin miramientos toda una cosmovisión.

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