Tauromaquia, la naturaleza sangrienta de un espectáculo que no es arte.

¿Te has preguntado por qué los defensores de la tauromaquia no se han cansado de decir que la “fiesta brava” es un arte y debe seguir siendo conservado? Con la suspensión de las corridas de toros en la CDMX, la mayoría parece coincidir en que la tauromaquia es un espectáculo de naturaleza sangrienta, que atenta contra la dignidad animal. Aunque nunca se llegue a un acuerdo, algo que debe entenderse es que la tauromaquia no es arte.

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La tauromaquia a revisión.

En días recientes la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió que la fiesta taurina y las peleas de gallos no pueden ser consideradas patrimonio cultural inmaterial en los estados del país, luego de que en Nayarit un proyecto de ley intentó clasificar estas actividades como tal.

Pero esta resolución sólo afirma que la Federación es la única facultada para emitir fallos en materia de patrimonio cultural, y no los estados de la República.

Es decir, el fallo no es vinculante para permitir o prohibir las peleas de gallos o las corridas de toros, y su ordenamiento a nivel local seguirá siendo facultad de los estados.

En el caso de la Ciudad de México, un juez local autorizó la suspensión de las corridas de toros en la Monumental Plaza de Toros México -la más grande del mundo- por “atentar contra el medio ambiente”.

Mientras el dictamen para la suspensión definitiva de estos espectáculos en la capital sigue congelado en el Congreso local, la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum titubeó al sugerir que el tema sea sometido a una consulta ciudadana.

Mario Zulaica, gerente operativo de la Plaza de Toros México, aseguró que están preparando un recurso para revisar los criterios con los que se determinó suspender los espectáculos taurinos en ese inmueble, ya que esta decisión impacta a toda una industria con cerca de 30 mil empleos directos e indirectos que se verán afectados, lamentó.

Los toreros, rejoneadores, ganaderos, medios y empresarios involucrados en esta actividad están amparados por la ley, puesto que todo lo que no está prohibido en la Constitución entonces está permitido, de acuerdo con el razonamiento de Zulaica.

Argumentos como que “el toro es bravo por naturaleza”, o que los ciudadanos tenemos la libertad de ir o no a uno de estos espectáculos, quedan fuera cuando el propósito es discutir si esta tradición cultural puede considerarse arte o no.

Es cierto que hay mucho arte basado en las corridas de toros, desde pinturas, música, libros, novelas y otros formatos; pero esto no implica que la tauromaquia sea un arte en sí mismo.

Artistas que retrataron la tauromaquia.

En las artes se ha utilizado el motivo de la fiesta brava como inspiración para la creación desde hace cientos de años. 

Podemos recordar la serie de grabados de Goya sobre la Tauromaquia, que ha permitido a muchas personas relacionar a esta práctica con un arte.

Quizá no se comprendió que este artista no estaba haciendo una apología de la tauromaquia, sino que tal como sus otras series de grabados como Los caprichos y Los disparates, se trataban de una crítica a ciertos temas y comportamientos sociales.

Pero el hecho de representar plásticamente la actividad de la tauromaquia no implica que se esté ensalzando la misma a la categoría de arte.

Otro ejemplo célebre es Picasso, quien tomó el tema de manera más personal, al hacer la similitud entre su persona y un toro. Él mismo fue aficionado a la tauromaquia y la tomó como motivo para crear varias de sus grandes obras, como el Guernica, donde la representación figurativa de un toro podría simbolizar tanto su autorretrato como el sufrimiento de España durante la guerra.

La vestimenta de los matadores tampoco justifica que se mantenga la tradición de la tauromaquia, a pesar del trabajo artesanal que requiere. Esto porque no hay elementos artísticos en este espectáculo que puedan traducirse en una experiencia estética que pueda generalizarse al mundo.

El hecho de que haya artistas que tomen el tema de la tauromaquia como inspiración para producir una obra, y que se utilicen las palabras “arte” y “cultura” de manera irresponsable, no le confiere una significación estética a este espectáculo.

La tradición de un grupo no es necesariamente arte.

La defensa de “lo español” como legado que ostentan los entusiastas de la tauromaquia ha sido un pretexto; un espectáculo folclórico que ha sido defendido por ciertos grupos de élite, desde intelectuales, políticos, empresarios y medios de comunicación.

Los gustos y las costumbres de un grupo específico no implican que estas prácticas y actividades puedan ser considerados arte, ni mucho menos algo que tenga que ser resguardado como patrimonio cultural.

Se sabe que en nombre de “las tradiciones” las sociedades han perpetuado vicios que no son para nada una virtud, desde los matrimonios arreglados hasta la sordidez de la tauromaquia.

Quizá quien encuentre un pequeño instante de belleza, efímero e irrepetible, en la faena de un torero frente a la bestia, se vea tentado a defender la plasticidad del momento y considerarlo como arte, y por eso tal vez no todos asisten a una corrida por el placer de ver cómo matan a un toro, aunque no pueden ignorar que el resultado final de la obra es justamente ése.

La transformación de la tauromaquia se ha dado de tal manera que la ventaja siempre será para el torero, a quien se le prepara todo con cuidado para que lastime al animal y los asistentes disfruten del espectáculo. En eso no se aprende nada, ni se genera nuevo conocimiento, no produce ninguna creación que pueda llamarse arte.

En el debate sobre la prohibición o permanencia de la tauromaquia deberían escucharse más argumentos de sectores neutrales, que no estén invadidos por un “animalismo” ingenuo ni inundados por la pasión más desbordada.

Porque es cierto, la tauromaquia forma parte de la historia de muchos pueblos, pero en ese transcurso -como muchas otras prácticas- puede desaparecer por no saberse adaptar a su contexto y no dar argumentos suficientes sobre su práctica.

Si el arte es valorado por su potencial creativo, no puede haber arte en un espectáculo cuya obra final siempre es la muerte de un animal y su mutilación. La brillante vestimenta y las coloridas banderillas no pueden hacernos pensar que esto es arte.

Seguramente las diferencias entre los defensores de la tauromaquia como tradición cultural y los detractores de la naturaleza sangrienta de la fiesta taurina serán siempre irreconciliables.

Lo que tarde o temprano deberán entender sus promotores es que la tauromaquia no puede ser considerado arte en ninguna circunstancia.